Própolis
El nombre de própolis viene del griego pro (a favor) y polis (ciudad) y es un producto de las abejas que se ha venido utilizando desde muy antiguo.
Los egipcios ya usaban el própolis durante el proceso de embalsamamiento de los faraones para mantener íntegro el cadáver. Los romanos y los incas usaban esta sustancia resinosa para la fiebre y las heridas, revelando de este modo el conocimiento de sus propiedades higienizantes.
El própolis es producido por las abejas operarias que elaboran algunas sustancias resinosas recogidas de varias especies botánicas como el pino, el abeto, el álamo, el aliso, el sauce, el abedul y el castaño de indias. Es por tanto, un producto de origen vegetal enriquecido con enzimas que la abeja añade durante su transporte hacia la colmena.
Una vez dentro de la colmena las abejas segregan unas sustancias mediante las cuales obtienen un producto que a temperaturas superiores a los 20º son maleables, pero que se endurecen con el frío.
Las abejas usan el própolis como un protector de la colmena contra las infecciones y para mantener un perfecto equilibrio biológico ambiental. En definitiva para preservar la supervivencia de las larvas y de los recién nacidos.
Investigaciones científicas han revelado que estas propiedades también son útiles para el ser humano.
El método más natural que se utiliza es la extracción mediante agua y alcohol, ya que permite mantener íntegras sus propiedades.
Al ser un alimento que estimula el sistema inmunitario, es muy recomendable sobre todo en épocas de frío, donde hay un aumento de gripes, resfriados y convalecencias.
También se comporta en el organismo como un antibacteriano, cicatrizante y fungicida, ayudando tanto en enfermedades del aparato digestivo como del respiratorio.
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